jueves, 5 de febrero de 2009

Angustia

Una de las reflexiones más duras que puede hacer una persona, es la que incluye el admitir cualquier hecho que suponga una derrota moral. Estos días encapotados que nos está regalando Febrero no están ayudando mucho a hacerme olvidar las mil preocupaciones (estúpidas, lo se, comparadas con las preocupaciones de tantas otras personas) que tengo en la cabeza.
Siempre me he considerado una persona débil, pese a que aun no he encontrado a nadie, además de mis padres, que ni remotamente lo puedan sospechar. Y quizá esa es mi mayor tortura. Si nadie te ve débil, nadie te ayuda, sino más bien te la solicitan. Y eso me causa más angustia aún, puesto que si no tengo agallas para atajar mis problemas, el que me carguen con más, no ayuda.
Son ya muchos años equipando un carro de combate de cartón piedra, y a estas alturas bajarse de él me sería imposible. Y lo peor es que en ningún momento he hecho nada por subirme a él. Más bien todo lo contrario.
Veo que otras personas, tan o más débiles que yo, se construyen corazas con las que ocultar un sinfín de debilidades y miserias. Me da pena, y me preocupa pensar que en mi caso ha sido la propia vida la que me ha construido mucho más que una coraza, que impide que quien me conoce, me comprenda, y me eche una mano.
Detesto a los psiquiatras. Creo que son charlatanes que se aprovechan de las miserias de quienes a ellos recurren, para ganarse un buen dinero. Son como los curanderos de barrio. Pienso que los problemas se pueden, si no solucionar, sí atenuar con comprensión, humanidad, apoyo. Pero quizá quien puede proporcionar esa ayuda ha de tener la cabeza lo bastante despejada como para poder volcarse en quien lo necesita. Y aquí viene el problema. No conozco a nadie que no tenga problemas.
Es como un tobogán en el que cada vez te escurres más rápido, y no sabes hacia dónde vas. Quisieras poder frenarte y ver dónde estás, para así poder decidir hacia dónde quieres ir. Pero no se puede. Y el tiempo pasa…

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