miércoles, 11 de febrero de 2009

La teoría del último tren

Dos son los grandes miedos que atenazan al ser humano occidental en el siglo XXI: en vida, la soledad; una vez muerto, el olvido.
Nadie es capaz de resignarse a acabar sus días sólo, y es por esto que a través de la búsqueda de una pareja, de descendencia o de amistades, de una o de otra manera a lo largo de la vida vamos invirtiendo en un fondo de pensiones de compañía, que nos ayude a digerir el último paso antes de la muerte.
Porque el ser humano si hay algo que teme es la soledad, no ya física, sino emocional. Fallecer en la más completa soledad supone un fracaso moral que hace que todo lo vivido haya sido en vano.
Sin embargo el estilo de vida que se ha implantado en la cultura occidental, cimentado en el estado del bienestar, hace que dicha inversión se descuide, se retrase, y, por momentos, se olvide.
Este es el motivo por el que los vaivenes emocionales se han disparado exponencialmente en las últimas décadas. Buscamos la pareja con la que acabar nuestras vidas, pero nos equivocamos, o eso creemos, y buscamos otra, pero nos volvemos a equivocar, y buscamos otra, y así hasta que en la estación de nuestros sentimientos ya apenas quedan trenes a los que esperar. Y es entonces cuando llega el últmo tren, y nos subimos a él. Seguramente sea un tren equivocado, pero ya da igual. No hay tiempo de bajarse y esperar a otro. La vida no espera.

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