lunes, 30 de noviembre de 2009

El método Cruyff

Seguramente un día como hoy, post partido del evento vivido ayer, es el mejor momento para reflejar en un post el por qué de mi afición al Barça, la cual en muchos casos, además de no ser entendida, ha sido agriamente criticada.
Desde que tengo uso de razón soy del Barça. Declarado. No tan aficionado como para ir con la bufanda enroscada al pescuezo ni como para hacer alguna de las colecciones de cubiertos que ofrecen desde diarios deportivos catalanes, pero sí de esos que gritan gol! al marcarle al Real Madrid.
La afición me viene de lejos (para la edad que tengo, claro). Seguramente desde la época de los Romario, Laudrup, Stoichkov, etc. Fiel seguidor de casi todos los deportes, es el fútbol el que por televisión más agradable me resulta de seguir, y quizá es por esto por lo que es lo que más veo. Me trago desde un Alcoyano-Sabadell hasta un partido de la segunda división de Ghana. No soy un friky de este deporte, de esos que cuentan el número de pases con la izquierda que realiza Ivan de la Peña por partido, pero sí un gran degustador de tácticas, competiciones, fichajes y demás.
Ojo, que quede claro que detesto el catalanismo, el forofismo y a Joan Laporta, el peor cáncer que ha sufrido el Barça en muchas décadas.
Pues bien. Teniendo en cuenta, más o menos, dos décadas de fútbol (desde 1990), con el nivel de atención que le he prestado, mi pasión por el Barcelona creo que está justificada porque es el único club del mundo que de manera continuada (no una ni dos temporadas) ha apostado por alcanzar la convergencia entre la excelencia futbolística y el éxito deportivo. Esto es, que han sido los únicos que han creído en que a largo plazo se puede ganar siendo los que mejor juegan. Esto así dicho suena raro. ¿Acaso otros equipos no lo quieren? Pues no. La inmensa mayoría, perdón, todos los demás equipos, desean ganar por encima de todo, independientemente de jugar mal, y no están dispuestos a hacer una apuesta a largo plazo para alcanzar una convergencia tan compleja. Caso aparte es el Real Madrid, el cual tan sólo busca ganar dinero, por encima incluso de ganar títulos. El jugar bien… en la ventanilla de enfrente.
Johan Cruyff es la clave. Desde su llegada al banquillo culé, impuso una filosofía única: un estilo de juego propio a caballo entre la densidad de juego sudamericana y la aceleración en la parte final de la jugada típica del juego centroeuropeo. Un portero que gane protagonismo y una defensa dinámica que sea capaz de perder efectivos en determinados momentos del juego sin notarse la bajada de eficiencia. Y, sobre todo, una apuesta por volcar el peso del equipo en un medio centro. Todo ello aliñado con la esencia fundamental que da sentido a este estilo: la cooperación.
Muchos han sido los entrenadores que han pasado por este Barça en los últimos 20 años, pero, y gracias a la herencia de Cruyff, sólo 2 y medio han aplicado el tesoro que el holandés regaló al llegar al equipo como entrenador: el propio Cruyff, Guardiola, y Rijkaard (este a medias). Este Barcelona tiene éxito porque cada uno de los once jugadores son meros peones ante un sistema perfectamente diseñado y engrasado que no entiende de notas discordantes: el Guardiola, Eusebio o Xavi de turno maneja la batuta, juega con tranquilidad, arriesga lo justo, si es necesario devuelve hacia atrás, y vuelve a intentarlo, abre a un banda, se la devuelven, abre a la otra, la vuelve a recibir, y así sucesivamente hasta que en un momento de descuido, se abre un agujero entre los volantes y los centrales rivales y es cuando aparece el pase en profundidad al Bakero, Beguiristaín, Iniesta, Stoichkov, Messi o el que sea que tan sólo tiene que hacer una pared o incluso al primer toque, para dejar a Romario, Ronaldo o Eto’o sólo delante del portero rival y batirle. El balón ha de tener un solo dueño durante todo el partido, y con él, el control del juego. No se dan patadones, tan sólo algún pase largo muy de vez en cuando y siempre y cuando sea para sustituir el pase final del organizador. Se abusa del toque en corto, de la pared, de la triangulación y del sobeteo del balón al primer toque buscando muchos pases seguros antes que pocos arriesgados.
Por otro lado las bandas: los laterales han de ser buenos marcadores y sobre todo muy rápidos (Sergi, Ferrer, Alves) para compensar el dinamismo antes comentado de la defensa y abrir el campo para desahogar al medio centro, y los extremos han de ser buenos encarando, puesto que a la contra casi siempre se busca el 1 contra 1 por la banda.
Algo que parece tan sencillo, en tantos años pocos entrenadores lo han sabido interpretar. De la cantera culé siguen saliendo perlas como dividendo de la apuesta de Cruyff (Messi, Xavi, Iniesta, Piqué, Puyol, Pedro, etc.) que muchos años después empieza a revelarse como una genialidad de la estrategia. De la Masía sale gente que sólo sabe jugar a una cosa. La clave es saber colocarlos en el sistema Cruyff. Si se hace bien, el éxito está asegurado. No es necesario gastarse millonadas en estrellitas (o estrellados) que vendan camisetas y conduzcan Ferraris, puesto que esa gente sólo sabe jugar a ganar dinero. De las categorías base los cachorros ya salen adiestrados, y al más puro estilo Lego, muchos de ellos parecen meras piezas hechas en serie, ya preparadas para sustituir en el primer equipo a cualquiera, independiéntemente de su edad. Y tampoco hay necesidad de soportar salidas de tono de aspirantes a rey de reyes (Eto’o es un claro ejemplo), puesto que lo importante es el equipo, no los integrantes. Prueba de ello es que el año que viene casi todos los integrantes del once inicial del Barça podrían ser dignos aspirantes al Balón de Oro.
Después de todo esto, no cabe duda que creer en el Madrid galáctico, en el Milán de los jubilados o en el Chelsea de los monos, no tiene hueco en comparación del Barça de Cruyff, el cual, veinte años después, sigue siendo… otra cosa.

jueves, 26 de noviembre de 2009

A qué huele el Santiago Bernabéu

Ayer estuve en el estadio Santiago Bernabéu presenciando el partido de Champions League contra el Zürich. Un futbolero de pro como yo no puede irse de este mundo sin asistir a eventos de este tipo, por mucho que no le tenga en demasiada estima al club merengue.
Más que el partido en sí, que fue malo, pero malo, malo… me quedo con todo lo que pude observar allí. De entrada, decir que asistí gracias a un contacto personal que me permitió estar sentado en la misma fila que Florentino I el Grande, unos 20 metros a su izquierda. Casi nada. No quiero ni imaginar la tela que costaba la localidad que ocupé…
Los prolegómenos. El protocolo de la Champions (supongo que en gran medida condicionado por la televisión) incluye una serie de actos que no son muy normales de ver en otros campos (la puertecita de cartón por la que pasan los jugadores, el himno de la Champions junto con la sábana gigante con forma de balón estrellado que hacen ondear los niños en el centro del campo, etc.) y que son realmente curiosos. Por momentos pareciese que Dios estuviese bajando en ascensor del cielo. Quizá por eso los aficionados se ponían en pié (para mi extrañeza) y bajaban la intensidad acústica de su voz al mismo tiempo que aplaudían. Igual que ocurría en misa al entrar el sacerdote…
El transcurso del partido. Aparte del rollo futbolistico que me tragué, tuve la mala suerte de, además de ir acompañado de madridistas acérrimos (de los de carnet, bufanda y “ejque”), sentarme en una zona especialmente merengona, con lo cual pude experimentar “in situ” las vivencias de la fauna blanca en su propio ecosistema. Ahora que ya no me pueden borrar del mapa a gorrazos, he de decir que los madridistas más que temer, sienten pánico al Barça, que envidian a Messi, a Xavi y a Iniesta, y que el 6-2 del año pasado hizo mucho daño. Claro, supongo que en presencia de un culé nunca lo reconocerían…
Me pareció también muy curioso el sentimiento de grandeza que envuelve a los madridistas: el desprecio hacia los equipos pequeños (“así juega el Málaga”, “por ver esto no pagan ni los del Racing”, “el Madrid es un club señor y tiene que demostrarlo en el juego”, “los del atleti son unos muertos de hambre”, etc.), las contínuas críticas al menor error de los jugadores, etc. son, por lo visto, moneda de cambio habitual por esas tierras…
El descanso. Con bocadillos de jamón y pan con tomate en ristre (toma catalanismo en el corazón blanco) observé que los inquilinos del palco de autoridades son, al final, seres humanos como cualquiera, y ante la presencia de pitanza y priva gratis, perdiendo el decoro y el glamour, más que correr, volaban hacia las bandejas de gambas, jamón, y demás delicatessen, y a los tiradores de birra (y lo que no era birra) que tan graciosamente les servían las espectaculares (ingenieras aeronáuticas todas) azazatas en la zona VIP. Con precisión japonesa, al mismo tiempo que los futbolistas volvían al campo, los aficionados VIP regresaban a sus asientos, relamiéndose cual gorrinos tras una suculenta jornada de montanera, y casi todos limpiándose los morros con su pañuelito blanco (como los que llevaba mi abuelo) de la grasilla que adornaba sus hocicos (lástima no haber tenido la cámara allí…).
El talibán. A mi lado se me sentó un pipiolo de no más de 17 años, que dedicó las dos horas largas en las que coincidí a su lado en el estadio, a beber compulsivamente Coca-Cola de una botella de litro (que se fundió finalmente), y a berrear, con timbre de polluelo adolescente que está estrenando nuevo tono de voz, todas y cada una de las deliciosas canciones con las que nos deleitaban los genios de Ultra-Sur. Incluso en determinadas estrofas, se sentía Bisbal y se adornaba con gorgoritos. Patético.
Ultra-Sur. Qué decir de esta piara. Es mejor verlos de lejos. A la salida tuve la desgracia de tener que pasar cerca de ellos y observarlos la jeta. Estarán contentas sus madres de lo que han engendrado.
En fin, que ni fu ni fa. No estuvo mal la experiencia. Me queda un cierto regusto amargo de lo que pude ver en el estadio supuestamente más glorioso del fútbol español y (según algunos) mundial.
Desde ayer el estadio del Real Madrid me sabe a empresario setentero acompañado de lumi de lujo, a ejecutivo farlopero engominado hasta las cejas, a obrero en paro bocadillo de tortilla y vaso de Cruzcampo en ristre, a estudiante japonés ávido de fotos de estrella futbolera, y me huele a humo de puro barato, a sobaco de ecuatoriano y a perfume de mercadillo. Es cierto que el Santiago Bernabéu tiene un sabor y un aroma especiales.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Yo estuve muerto

Es algo de lo que me siento macabramente orgulloso. Pero no tengo muchos más sentimientos relacionados con aquel episodio. Quizá tengo más apego a la vida. O quizá lo he perdido completamente, puesto que no tengo miedo en absoluto a dejar de vivir, sino a ver que me llega la muerte. No sé con quien hablar de todo esto. Me han recomendado zambullirme en alguna religión asiática, que tienen bastante experiencia acumulada en la asimilación de la vida y la muerte como dos etapas sucesivas. Es posible que en alguna de estas religiones encuentre un camino a esta vida que vivo de rebote y en la que cada día encuentro menos alicientes. Todo ocurrió cuando yo tenía dos años y medio. Una de las variantes más agresivas y mortales de meningitis (algo así como sepsi meningocócica) dejó inerte mi cuerpo en brazos de mi abuela. El doctor Mu--, que vivía enfrente, y buen amigo de mi familia, cruzó en bata y zapatillas la calle y en cosa de segundos clavó el diagnóstico, así como preparó a mi abuela para lo peor. Por lo demás, sólo recuerdo focos y muchas personas con bata blanca que me miraban como a un objeto extraño. Creo que un tratamiento de choque totalmente contraindicado para la edad que tenía me salvó la vida. Años después varios médicos seguían a distancia mi evolución, puesto que no se creían que hubiese salido de esa. Si, estuve muerto. A mis padres les llegaron a insinuar que estaba clínicamente muerto y que solo un milagro me podría salvar. Ahora yo me estoy metiendo en un oscuro tunel en el que no sé cómo he entrado ni cómo se sale. No se si quiero vivir, o si he perdido toda ilusión por seguir aquí. A lo único que temo realmente, es a sufrir.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Abortar es matar.

Lo puedes pintar del color que quieras. Lo puedes justificar como te de la gana. Pero abortar es matar, puesto que supone quitar la vida a algo que está vivo. A ver, es que me hace gracia el que haya gente hipócrita que diga que si no ha nacido no está vivo, que si justificaciones morales, que si… que si la abuela fuma!!! Abortar es matar y punto. Ojo, que conste que para nada me pongo en contra del aborto, puesto que yo soy el primero que está a favor de la pena de muerte. Y por otro lado, y dando por supuesto que el ser humano es un animal (más o menos evolucionado), tenemos tanto derecho a matar una hormiga como a matar una persona, por lo que considero que matar a otra persona (hombre, matizando el tema y sin frivolizar al estilo Tarantino) no tiene por qué ser un drama.
Pero que me venga un defensor de los derechos humanos, de esos que arrastran su pecho en carne viva por el suelo y dejan que las lágrimas surquen sus mejillas mientras sus manos sangran desgarradas del roce con la tierra en su encarnizada lucha por los hambrientos de Sudán, a decir que abortar no es un delito, vamos, levanto la pata y los meo en la jeta. Hay que tener valor.
Por eso, y ya puestos a divertirnos con algo que adoro como es el humor negro, yo opino que si se regula el aborto como hoy día quiere el Gobierno, también se debe regular el método abortivo. A mi me encantaría poder introducir por el chichi de una mujer una Black & Decker con una buena broca de 9mm, apuntar al centro del cráneo del feto y… suavemente batir sus sesos dentro de su cráneo como si de una piña colada se tratase. Luego iría a por los globos oculares, luego bajaría por la garganta y pasaría por los pulmones, riñones, hígado, estómago, y, por último, y como remate, el corazón. Finalmente haría una sentadilla sobre la madre para hacerla expulsar a chorro los restos del asesinato y así dejarla limpia de sangre, por lo menos en su estómago. Dios, que lo aprueben cuanto antes, porque me encantaría ser Abortador.