martes, 28 de abril de 2009

De sexualidades y demás modas

Una persona que siente deseo sexual por un niño, un muerto, un animal o una plancha (por decir algo raro) es un enfermo. Pero una persona que siente deseo sexual por otra de su mismo sexo, es símplemente otra tendencia sexual que hay que reconocer, e incluso otorgarle derechos y privilegios especiales. Toma ya. El ser humano ha adelantado a la naturaleza por la izquierda. Creo que si existen los extraterrestres, el día que intenten comprendernos, van a salir corriendo.

viernes, 24 de abril de 2009

La amenaza de las minorías

Me planto. Creo que ya hemos llegado a un extremo en el que ser hombre blanco es casi como ser un ser apestado. Si tienes un problema con un inmigrante, eres un racista, si es con un homosexual, eres un homófobo, si es con tu mujer, eres un maltratador de mujeres, si es con cualquier otra mujer, eres un machista, si es con alguien de izquierdas, eres un fascista, si miras a un niño, eres un pederasta, … Pero bueno, ¿qué es esto? ¿Es que no se puede salir a la calle y hacer vida normal sin que te expongas a que alguna asociación de garrafón te cuelgue cualquiera de los calificativos que llenan la boca de tantas asociaciones de nuevo cuño que últimamente abarrotan las noticias de los medios de comunicación?
Pues no me da la gana. Si me tengo que partir la cara con un negro, me la parto. Si tengo que cagarme en los antepasados de alguna mujer que me hace una pirula en la carretera, me cago. Y si tengo que llamar tarado a alguna marica que intenta meterme mano, se lo digo. Y punto. Vamos, a ver si ahora voy a ser yo quién tenga que crear una asociación que me defienda de la amenaza de las minorías…

jueves, 23 de abril de 2009

Las heridas que nunca se cerrarán

Aún recuerdo de mis tiempo mozos cuando en clases de historia de BUP en algún momento se nos hablaba de las dos Españas, división supuestamente fraguada en la Guerra de la Independencia, y que, tristemente, la clase política se empeña en seguir alimentando dos siglos después.
Digo yo que alguien estará sacando rédito de esta división, porque por lo que a uno respecta, me da pena que sigamos tirándonos piedras desde los dos lados de un mismo tejado. Sin ir más lejos, la famosa Ley de Memoria Histórica es el paradigma de la sinrazón: al Gobierno realmente le interesa rajar cicatrices y hacer que viejas heridas ya cerradas vuelvan a supurar e infectarse. Claro, la primera derivada de este hecho es que algo (relacionado con el dinero, por supuesto) se esconde detrás de toda esta movida cultural-legislativa-ideológica.
A mi, como español, me provoca vergüenza, pena y rabia. Porque los que no hemos vivido la guerra sí hemos escuchado los lamentos de los que la vivieron, y creo que no es digno ni humano hacer caja a base de vísceras, sangre y lágrimas. Ahora, que ¿quién dijo que el negocio tuviese que estar alineado con la dignidad?

martes, 14 de abril de 2009

Creer o no creer

Dios no existe. De hecho, ni ha existido, ni existe, ni existirá nunca ningún Dios.
Llevamos varios milenios inventándonos dioses por diferentes motivos, y por supuesto, como fiel reflejo del egoista espíritu humano, hemos llegado al punto de capitalizar el origen de la creación de los dioses: el miedo a lo desconocido.
Los fenómenos naturales fueron considerados dioses durante siglos hasta que la ciencia consiguió describirlos, por ejemplo. En el mundo Occidental, la muerte es el último miedo a superar. Y ahí es donde las religiones más evolucionadas han diseñado y articulado complejas estructuras de poder que llegan a tener influencia en los más recónditos aspectos de la vida pública, con el vil fin del poder y la riqueza.
Da grima ver al Papa pedir a los gobiernos del mundo un poco de caridad y solidaridad con los desfavorecidos del tercer mundo desde su micromundo de mármol y oro del Vaticano.
Durante siglos la Iglesia ha juzgado, dictado sentencia y ajusticiado a quienes se salían del marco moral y financiero que ella marcaba, como si de una vulgar mafia se tratase. Los abusos que esta vieja institución ha cometido a lo largo de tantos años no merecen más que condenas y penas de resarcimiento. También es cierto que con total seguridad a lo largo de la historia habrá habido religiosos que hayan defendido los valores que promulga el cristianismo desde la decencia y la pulcritud más absoluta. Pero no es a ellos, casos puntuales, a los que apunta la crítica, sino a la institución en conjunto, tanto a quienes la crearon como a quienes la viciaron.
Sin embargo, y aún siendo completamente consciente de lo anteriormente expuesto, no puedo negar el indudable valor que la fé cristiana (en particular) tiene para no poca gente, independientemente del staff que la "acerca" a los creyentes. Quizá me he de considerar un desgraciado por ser tan analítico como soy. Quizá sería más felíz si me inventase un Dios bondadoso que me protege, que me escucha, y que me espera en algún lugar magnífico para que el día que me llegue la hora me acoja en su seno por siempre jamás. Quizá. Pero no lo soy.
Lo que me duele de verdad es que admiro a la gente que sí cree en algún Dios, porque llenan de alguna manera en su alma, ese vacío que yo sí tengo y que me hace sentir pánico al día en que me muera.
Por ello, no me parece justo que la Iglesia católica haya convertido en una mafia la gestión de la fé que profesan sus fieles. Y por supuesto peor me parece la ola anticatólica que actualmente se vive en España alentada por un Gobierno que sin escrúpulo alguno osa cercenar la fé de tanta gente en virtud de una escala de valores tan artificial como indigna, com más antis que pros, más basada en el rencor, la envidia y en el odio, que en la ilusión y la felicidad, y que, como en una rastrera reyerta de barrio, trata de apropiarse del valor económico, político y social que el catolicismo ha disfrutado a lo largo de tantos siglos.
Nos encontramos en una etapa de vacío de moral, de fé y de confianza. Quienes no creemos, sufrimos por los que sí lo hacen, además de por nosotros mismos y nuestro vacío interior. Y quienes sí creen, sufren por el acoso moral, legal y hasta físico de los paladines de la libertad espiritual.
En medio de tal batalla de dolor, uno sólo pide poder vivir para poder tratar de alcanzar la felicidad, por Dios.

jueves, 2 de abril de 2009

Alimentos sociales

Cúantas veces hemos oído hablar de las “costumbres sociales”, aquellas que, en torno a un producto alimenticio, generan un contexto de amistad, cordialidad, diplomacia, buscando otros fines. Tomar unas cañas, tomar unos vinos, tomar un café, etc.
Uno la verdad es que no se considera para nada una persona antisocial, pero, por alguna extraña carambola de la fortuna, no se siente a gusto con gran parte de estas costumbres, no ya por lo que significan en sí mismas, sino porque detesto los productos que consituyen el core de las situaciones.
La cerveza: amarga a rabiar, alcohólica e intomable si no está fría. Creo que es de las peores sustancias que se puede echar uno al gaznate. Sólo la considero como conductor del calor y en cierta medida del sabor en ciertos guisos. Pero tomada sóla, ni loco.
El vino: sin ser tan amargo como la cerveza, tiene un sabor a bebida rancia y maderosa que unida al alcohol que contiene la hace insoportable. Qué decir de los enólogos (tanto los profesionales como los amateurs): borrachines enmascarados. Sin comentarios. Lo curioso es que la mayoría de los que “entienden” de vino, apenas son capaces de distinguir entre mero y merluza, que ya es decir. Con eso queda dicho todo. Sin embargo, en la cocina, es imprescincible en multitud de guisos (todos los estofados) adobos, masas de empanadas, salsas, etc. Tanto blancos como tintos, rosados o espumosos.
El café: producto amargo por excelencia. Es la única infusión que de tan mal que sabe no me permite ni intentar paladearla, por lo que el sabor lo he de intuir en otros productos compuestos por dicho producto. Yo creo que es, igual que el tabaco, su capacidad adictiva, la que la genera tal cantidad de adeptos. Me quedo con el descafeinado de sobre, que da un interesante sabor a la leche, pero no aligera la textura. Pero cualquier cosa que me sepa a café, ni verla (tiramisú, bombones, etc.). En mi cocina desde luego no tiene cabida.
Licores: en su momento era de los que los tomaba a cara de perro, por su efecto alucinógeno. Pero una vez superada la edad del pavo, ni loco me echo un trago de nada con alcohol. En la cocina tan sólo contemplo los licores afrutados para aromatizar ciertos postres o el cognac para algunos guisos de aves duras. No creo en los flambeados.
De verdad: pruében a tomarse un mosto o un zumo en lugar de una cerveza o un vino. Prueben a desayunar un cacao soluble en vez de café. Conozcan el maravilloso mundo de las infusiones: no ya sólo las típicas (té, manzanilla, menta, etc.), sino las de frutas (limón, frambuesa, fresa, manzana, etc.), las de hierbas menos habituales (canela, romero, vainilla, etc.). Y coman con agua. Por Dios. Que la última vez que tras pedirme un solomillo de buey en un restaurante de galones, el maitre se mosqueó porque no quería vino de acompañamiento, me dieron ganas de pedir la carta de reclamaciones o de patearle sus partes. Por ignorante y garrulo.
Después de esto, dirán: eres raro. Pues vale. Igual lo soy. Pero cuando tengo algún evento social, como y bebo lo que me gusta, y me quedo tan ancho. Y punto.