miércoles, 25 de noviembre de 2009

Yo estuve muerto

Es algo de lo que me siento macabramente orgulloso. Pero no tengo muchos más sentimientos relacionados con aquel episodio. Quizá tengo más apego a la vida. O quizá lo he perdido completamente, puesto que no tengo miedo en absoluto a dejar de vivir, sino a ver que me llega la muerte. No sé con quien hablar de todo esto. Me han recomendado zambullirme en alguna religión asiática, que tienen bastante experiencia acumulada en la asimilación de la vida y la muerte como dos etapas sucesivas. Es posible que en alguna de estas religiones encuentre un camino a esta vida que vivo de rebote y en la que cada día encuentro menos alicientes. Todo ocurrió cuando yo tenía dos años y medio. Una de las variantes más agresivas y mortales de meningitis (algo así como sepsi meningocócica) dejó inerte mi cuerpo en brazos de mi abuela. El doctor Mu--, que vivía enfrente, y buen amigo de mi familia, cruzó en bata y zapatillas la calle y en cosa de segundos clavó el diagnóstico, así como preparó a mi abuela para lo peor. Por lo demás, sólo recuerdo focos y muchas personas con bata blanca que me miraban como a un objeto extraño. Creo que un tratamiento de choque totalmente contraindicado para la edad que tenía me salvó la vida. Años después varios médicos seguían a distancia mi evolución, puesto que no se creían que hubiese salido de esa. Si, estuve muerto. A mis padres les llegaron a insinuar que estaba clínicamente muerto y que solo un milagro me podría salvar. Ahora yo me estoy metiendo en un oscuro tunel en el que no sé cómo he entrado ni cómo se sale. No se si quiero vivir, o si he perdido toda ilusión por seguir aquí. A lo único que temo realmente, es a sufrir.

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