martes, 9 de diciembre de 2008

Sorpresa, sorpresa

Buceando por el universo de los medios de comunicación nacionales, y como furibundo defensor del medio radiofónico como el más puro de los mecanismos de comunicación, me veo obligado, o más bien empujado, a dedicar algunas líneas de mi blog a uno de los más esperpénticos trolls de las ondas hertzianas: Isabel Gemio.
Desde mi más tierna infancia he estado pegado a una radio. Mucho mejor que la televisión, que los periódicos, que internet o que cualquier otro medio a través del cual se pueda informar, la radio me ha acompañado en buenos y malos momentos a lo largo de mi vida: de noche y de día. Desde programas deportivos hasta de economía, musicales, de actualidad, de salud, … no se, de todo. He escuchado (o a veces sufrido) a personajes de todos los pelajes: de Encarna Sánchez a Luján Argüelles pasando por Javier Sardá, Luis del Olmo, Carlos Herrera, Iñaki Gabilondo, María Terea Cámpos, Alfonso Arús, … comentaristas de todos los sabores y todos los colores. Pero, nunca, en tantos años enganchado a esta tan sana droga, me he encontrado a un ser tan terrible como la Gemio.
Sin entrar en detalles con los que establecer un contexto propio para realizar una correcta comparación con otros trolls radiofónicos, he de decir que desde hace unos cuantos meses, las mañanas de los sábados y domingos he tenido la desgracia de animármelas con el hedor sonoro provocado tan ruín personaje. Su prepotencia, su soberbia, su ignorancia, su falta de cultura, su egocentrismo o su cinismo han convertido lo que debería ser un amable espacio matutino en unas jornadas en las que la gente lo único que no quiere es que le envenenen el café con leche y las tostadas, en una especie de vodevil cabaretesco para gracia de la Gemio, única protagonista, por obra de Dios en persona, en el cual igual se charla con un escritor pata negra, que se defiende a muerte al inefable Ramoncín. Igual se condena el maltrato a un animal, que se maltrata vilmente la opinión de personas intelectual y culturalmente a años luz de la dueña del esperpento radiofónico, como ocurrió con Enrique Dans, para disgusto y vergüenza de uno mismo. Igual se defiende a capa y espada la búsqueda de la verdad y la objetividad en la profesión de informador, que se hace campaña para salvar de las garras de la justicia a personas condenadas por tráfico de drogas que a ciencia cierta son inocentes, ya que la propia Gemio, investigadora de relumbrón, mente privilegiada donde las haya, ha dictado sentencia y así han de serlo.
Y así podríamos seguir hasta volvernos locos o quedarnos secos de tanto llorar. Un despropósito. Una desgracia. Este personaje, que históricamente se ha dedicado a hacer caja a base de ruido de lágrimas ajenas, que tan pronto martilleaba el alma de personas desesperadas por el dolor con preguntas sangrantes, como restregaba el micrófono contra los carrillos humedecidos por el llanto de familias rotas, se corona como reina de los desprotegidos, como defensora de las causas perdidas, y veo que ahora se dedica a hacer otro tipo de caja, en este caso, de la manera más cínica que jamás haya visto, mediante una fundación que recauda fondos para investigar enfermedades raras, casualmente, una de las cuales he oído que sufre su hijo. Si bien para nada critico el hecho, sino más bien todo lo contrario, sí me da vergüenza ajena, o mejor dicho asco, que sea esta persona la que lo haga. Porque lo que sí tengo claro es que si no sufriese en sus propias carnes dicha condena, otro gallo les cantaría a los pobres niños enfermos. Por la gracia de Dios. O de la Gemio.

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