martes, 24 de marzo de 2009

Lidiando con el queso de cabra

Una de mis debilidades. Complejo compañero de viaje en la cocina, con más enemigos que seguidores. De los habituales en las tiendas, el majorero me parece más convencional; el de rulo es tan versátil como arriesgado. Su textura, su fondo, … una maravilla que sitúa al chef en la delgada línea entre el éxito y el fracaso.
Si nos centramos en el de rulo: untado sobre pan caliente manchado con tomate y aceite de oliva; reblandecido al horno y acompañado de un buen jamón o cecina muy fina, ambos tibios; unas láminas sobre un trozo de solomillo (o cinta de lomo) de cerdo recién sacado de la plancha; a palo seco, con frutos secos, que le potencian el sabor (especialmente nueces, piñones y avellanas); si no tienes tiempo ni dinero pero sí hambre, un cuenco de arroz recién hervido y escurrido, aún humeante, unas láminas de rulo, revolver rápido y echar unas aceitunas negras picadas.
Y para acompañar, para los que les vaya el vino, alguno afrutado; yo prefiero mosto rojo muy frío.
Como postre, ufff, me quedo con una milhojas al 30/70 con membrillo. Cuidado, debe ser pronunciadamente dulce. Ah, y los dátiles, miran desde la ventana con envidia al membrillo, pero aún no han visto su oportunidad. Por cierto: la ración, más bien escasa puesto que la mezcla es compleja y llega a saturar.

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