jueves, 6 de noviembre de 2008

Cuando el cielo cobra vida

Me fascinan las tormentas. Esos días de verano calurosos, en los que parece como si nada pudiese mitigar el sofocón… De pronto, como salidas de detrás de los árboles, se forman enormes nubes espesas y negras que avanzan rápidamente sobre tu cabeza, poco a poco van escondiendo el sol de media tarde y, en nada dejan la tarde como oculta bajo un paraguas. Unos minutos de duda… y empieza el baile. Primero truenos lejanos, cada vez más sonoros, luego, algún rayo en la distancia, una ligera brisa, y poco a poco, el fuerte olor del ozono (como si fuese tierra húmeda) que entra por todos los lados. El calor sofocante medio desaparece mientras un cierto fresco anuncia lo que viene. El cielo se espesa aun más y parece que empieza a anochecer. Primeras gotas. Parecen tímidas, pero son gordas, y dejan en el suelo manchas del tamaño de pelotas de golf. Luego, sin avisar, un fogonazo. Dios, ya está aquí! Unos segundos y… un crujido que hace pensar que algo se ha roto ahí arriba. Y a continuación una tremenda manta de agua cae descontroladamente sin avisar, mientras se repiten los fogonazos y los chasquidos del cielo. La piel caliente humea cuando se moja por la lluvia, la ropa, empapada, más estorba que protege. Pero da igual. La sensación de vida es espectacular.

No hay comentarios: